¿Una 'OTAN árabe'? La alianza militar para contener a Irán que promueve Trump.

Una fuerza de 40.000 hombres de diferentes nacionalidades capaz de responder de forma conjunta a los desafíos regionales. Esa es la idea con la que trabajan las cancillerías de varios países árabes suníes que buscan unir esfuerzos frente al que perciben como el gran enemigo común: Irán. 

Una 'OTAN árabe' contra el 'Pacto de Varsovia chií' que suponen Teherán y sus aliados en la zona, de Líbano a Yemen. La propuesta fue lanzada por el presidente egipcio, Abdelfatah Al Sisi, en febrero de 2015. Un mes después, la Liga Árabe aprobó la moción, y los responsables militares de 11 países (Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Kuwait, Marruecos, Túnez, Argelia, Sudán, Libia y Jordania) se reunieron para tratar de darle forma. Durante mucho tiempo, la cosa ha permanecido en el aire, sin que los líderes árabes pareciesen tener demasiada prisa por implementarla. Hasta que Donald Trump llegó a la Casa Blanca. El nuevo presidente estadounidense, muy crítico con el acuerdo nuclear con Irán, se ha mostrado favorable a una idea que va en línea con muchos de sus planteamientos en política exterior, en general, y sus posturas respecto a la implicación estadounidense en Oriente Medio en particular. El gran promotor del proyecto dentro de la Administración fue el general Michael Flynn, hasta su dimisión forzosa por haber mentido al Congreso sobre sus conexiones con Rusia. 

Con la salida de Flynn y las numerosas dificultades a las que se enfrenta estos días la Casa Blanca, la iniciativa parece paralizada, aunque no ha sido olvidada ni mucho menos. “El proyecto tiene una gran atracción para el Gobierno de EEUU, y lo sigue teniendo pese a cambios de personal”, explica Alberto Fernández, subdirector del Middle East Media Research Institute (MEMRI), a El Confidencial. “La idea central de la nueva Administración es que EEUU no puede hacerlo todo, que lo que se necesita son contrapartes, colegas que cooperen en la región y puedan defenderse por sí mismos contra las amenazas regionales. EEUU sigue hoy en día sumamente interesado en este proyecto, eso no ha cambiado. Al contrario, quizás la nueva administración está mas entusiasmada con el concepto”, opina. Según el diario Wall Street Journal, oficiales de la Casa Blanca han mantenido contactos con representantes militares de países árabes aliados a este fin. De acuerdo con los detalles revelados por el antiguo comandante de la OTAN -la original- James Stavridis en la revista 'Foreing Policy', en el proyecto original la fuerza inicial estaría compuesta de tropas sobre todo de Egipto, Jordania, Marruecos, Arabia Saudí y Sudán. 

Estarían comandadas por un general saudí, y mantendrían una estructura de mando permanente, con base en Egipto. La fuerza aérea contaría con entre 500 y 1.000 soldados; la marina, de unos 5.000; y alrededor de 35.000 formarían parte de las fuerzas terrestres. Cada país pagaría el salario de sus propias tropas, y la estructura de mando sería financiada por el Consejo de Cooperación del Golfo. De forma complementaria, Arabia Saudí y otros estados del Golfo Pérsico, que en los últimos tiempos han realizado compras masivas de armamento y disponen de los fondos, aportarían la tecnología militar, mientras que otros países con menos recursos pero más población, como Egipto y Sudán, aportarían el grueso de los combatientes. En principio, EEUU e Israel colaborarían con la alianza proporcionando asistencia logística e información de inteligencia. También lo haría la OTAN, a través de la llamada Iniciativa de Cooperación de Estambul, que promueve una relación amistosa entre la Alianza Atlántica y los estados suníes más receptivos, incluyendo a algunos no árabes como Turquía y Pakistán. No obstante, ni Israel ni los miembros de la OTAN original formarían parte del pacto de defensa mutua. 

Israel ya no es el enemigo 
En la reunión mantenida por los Jefes de Estado mayor de los países árabes interesados en la alianza, celebrada en El Cairo en mayo de 2015, se establecieron seis objetivos: intervenir militarmente para contener las amenazas terroristas; participar en operaciones de mantenimiento de la paz y la seguridad en los estados miembros; ayudar a los países árabes a restaurar, construir y equipar sus capacidades militares y de seguridad; asegurar las operaciones de ayuda humanitaria y asistencia en zonas de conflicto; proteger a los civiles contra emergencias resultantes de estos conflictos o de desastres naturales; y proteger las rutas de transporte marítimo, terrestre y aéreo y luchar contra la piratería. 

No obstante, la aprobación final del protocolo ha sido pospuesta indefinidamente, poniendo de manifiesto las dificultades de la iniciativa. “Los pasos que se están tomando son los pasos correctos, pero estamos aún en los primeros días. La visión es correcta, pero el problema es su implementación práctica”, señala Fernández. “Los países árabes que deberían formar parte de esta alianza son ya socios de Estados Unidos y Occidente, países árabes suníes como Jordania, Marruecos y los estados del Golfo. Unos países tienen mayor capacidad militar, otros menos, pero tendrían el mismo problema que la OTAN: que muchos no tienen esa capacidad logística y administrativa para empujar o llevar esa fuerza fuera de sus fronteras. Hoy por hoy, dependen de las capacidades de EEUU”, asegura.  

“Tradicionalmente, los países del Golfo han dependido de las garantías de seguridad dadas por Occidente, pero ahora buscan otras opciones más cerca de casa, especialmente en el mundo árabe e islámico. Esto es en parte la evolución natural de los estados poscoloniales, y en parte la percepción de que el compromiso estadounidense con la seguridad del Golfo ya no es tan firme como en el pasado”, indica Jane Kinninmont, investigadora y subdirectora del programa de Oriente Medio y África del Norte de Chatham House. “La guerra en Siria, y la falta de cualquier amenaza creíble de intervención contra el presidente Assad, ha llevado a muchos en esta generación a concluir que la región necesita su propia fuerza de intervención y no puede confiar en que EEUU y otros intervengan ni siquiera para impedir masacres”, escribe en una columna en la publicación Middle East Eye. Fernández cree que la Alianza podría beneficiarse de los cambios en la Casa Blanca.  

“En los países de los que estamos hablando había un gran desacuerdo con la Administración Obama sobre el tema de Irán. Aunque el Gobierno anterior también estaba a favor de la cooperación regional militar, tenía la desconfianza de sus aliados en la región, que temían este acercamiento con Irán y que EEUU estuviese en cierto sentido dándole campo abierto para sus agresiones en Yemen, el Golfo, Siria o Irak”, comenta. “La diferencia con esta Administración es que Trump -aunque no lo sabemos aún con certeza, porque está en sus primeros días- supuestamente va a tener una linea más clara y contundente contra la agresión de Irán en el mundo árabe. Por eso Trump se beneficia de una mayor confianza por parte de los líderes de estos países”, asegura. Para este analista, la cooperación israelí no debería ser ninguna sorpresa, pese a la tradicional hostilidad de los estados árabes hacia Israel. “El recelo siempre va a estar ahí, porque en el pasado ya hubo alianzas árabes contra Israel. Pero el concepto es que el gran enemigo, para todos ellos, es Irán. En cierto sentido, ambas partes están en la misma trinchera, aunque siempre va a haber cierta desconfianza”, señala.  

“La principal amenaza en el horizonte es Irán, y en segundo lugar, pero bastante lejos, el Estado Islámico y el yihadismo. Pero el motor del empuje, en una mayoría abrumadora, es el desafío iraní en el mundo árabe”, indica. “Los ejércitos de Egipto e Israel están cooperando ahora más de lo que han hecho nunca, para protegerse de una insurgencia [yihadista] en el Sinaí, que ambos ven como una amenaza común. Y mientras los estados del Golfo aún no tienen oficialmente relaciones con Israel, no lo ven como una amenaza geopolítica”, asegura también Kinninmont. No obstante, para esta experta, aún queda mucho camino por recorrer. “Poner esto en práctica sigue siendo problemático, no solo debido a las divisiones entre los Gobiernos árabes -que pueden estar de acuerdo en luchar contra el ISIS, pero tienen posturas diametralmente opuestas respecto a los Hermanos Musulmanes-, así como a la competición entre Arabia Saudí y Egipto, e incluso entre Arabia Saudí y los Emiratos”, destaca. 

¿Riesgo de una guerra regional? 
En el mismo sentido se expresa Fernández: “La alianza no es imposible, especialmente si todos los miembros están enfocados en un enemigo común. Pero el problema se vuelve más complicado cuando estos países no tienen precisamente la misma posición política sobre todas las amenazas. Por ejemplo, en Yemen, Sudán ha proporcionado fuerzas de infantería, pero Egipto se ha negado, algo comprensible dada la historia de las fuerzas armadas egipcias en ese país”. El analista se refiere a los 26.000 soldados muertos en suelo yemení en los años 60, parte de una fuerza expedicionaria enviada por Gamal Abdel Nasser en apoyo de una junta golpista revolucionaria. El anuncio de la creación de esta alianza, además, ha hecho saltar algunas alarmas por el riesgo de que acabe generando nuevos conflictos armados. “La OTAN era una alianza eminentemente defensiva contra una potencial agresión soviética, interesada en mantener el status quo. 

Pero el ímpetu para este ejército panárabe de 40.000 hombres es marcadamente diferente: formado ostensiblemente para combatir amenazas regionales no estatales como los rebeldes huthíes de Yemen o el Estado Islámico, su razón de ser es la intervención”, dice un editorial de Bloomberg. Pero para los defensores de la idea, el proyecto expansionista de Irán necesita ser contenido, como señalaba recientemente el prominente periodista saudí Abdul Rahman Al Rashed. “Las cosas seguirán empeorando a menos que se tome una estricta posición internacional contra las aventuras de Irán, y a menos que se fuerce a Irán a acabar con el caos que está creando en la región y en el mundo”, escribe. Como señalan repetidamente los partidarios de una política de mano dura hacia Teherán, los aliados del régimen de los Ayatolás controlan varias capitales en Oriente Medio (Bagdad, Damasco) y son una fuerza prominente en muchos países clave de la región, como Líbano o Yemen. Milicias chiíes “internacionalistas” financiadas por Irán, como la libanesa Hezbollah o la iraquí Hasd Al Shaabi, están combatiendo en los teatros de Siria e Irak. “Los que están en favor de este concepto dirían que eso ya está ocurriendo: no es un riesgo, sino que ya es una realidad. No puedo decir que esta apreciación sea necesariamente correcta, pero es lo que dirían, por ejemplo, los saudíes: que ya estamos en pleno enfrentamiento político-militar. La alianza árabe sería un contrapeso [al bloque chií]”, opina Fernández. 

“La pregunta que no se hace es que hoy en día el enemigo es Irán, pero uno crea una entidad político-militar y mañana ¿para qué se usa? No solamente en el caso de Israel: ¿qué sucede si hay un golpe en un país árabe, o una guerra civil o conflicto interno, y ya existe esta fuerza? O el temor a que pudiera usarse contra alguno de los miembros. Esa es la incertidumbre”, indica. “Los detalles son lo problemático. Uno puede diseñar algo pensando que se puede hacer, si tenemos países pobres que tienen unas fuerzas armadas importantes y países ricos que tienen la financiación, hay cierta lógica estar juntos y trabajar juntos. Pero la pregunta al final del día es: ¿Contra quién y para qué?”, comenta este analista. “Si [la coalición liderada por Arabia Saudí] ha tenido tantos problemas en Yemen, es inevitable preguntarse como sería en Siria o Irak, dos escenarios mucho más complejo. El concepto tiene una aceptación bastante amplia, pero hay una gran diferencia entre la teoría y la realidad de usar estas fuerzas de forma conjunta contra un enemigo concreto sobre el terreno real”. (Jesús.R.G.)

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